viernes, 14 de febrero de 2014

Protocolo médico para accidentados



Foto:www.planetacurioso.com
Pues hace un par de días, andaba por esas complicadas y terroríficas calles de Pinar del Río en lo que a tránsito se refiere, en el híbrido motociclo que me han asignado,  Jupiter – Jawa ; (cuya parte “Jawa” ni siquiera es fabricada en Checoslovakia como antes, ahora increíblemente es China); pues moviéndome siempre a velocidad dentro de la ley y por la calle “Frank País”, antigua calle “Sol” y a la distancia establecida del hijo de su correspondiente madre que me antecedía en otra moto; el cual inesperadamente hace un giro brusco a su izquierda sin previa señalización y este modesto servidor infelizmente no llevaba colocado el pie derecho en el freno y en un microsegundo de quizás mal formados reflejos, forcé el freno de mano que actúa como es sabido de manera drástica sobre la rueda delantera con el consiguiente peligroso resbalón y planazo que hizo rodar por los suelos al jinete y cabalgadura.

Lo primero que miré (me avergüenzo de ello) fue el Reloj de pulsera marca “ORIENT”, regalo del día primero de este año por una entrañable amiga, al que por suerte ni un rasguño; luego la rodilla izquierda, zona que me ardía intensamente para revisar si había tenido la desgracia de rompérseme mi desteñido blue jeen, desteñido más por el uso que por las modas; luego hice por incorporarme pero no pude salir caminando por un fuerte dolor en la parte baja de las costillas izquierdas, mi intención era apagar mi máquina que aún crepitaba en el suelo pero vecinos del lugar  y peatones locales como ángeles ya me asistía en todo, hasta  los detalles más pequeños, mil gracias a ellos.

El ciclista suicida balbució una disculpa y yo no tenía aire en los pulmones para ponerme a conversar ahora sobre toda su familia, tampoco el tipo duró mucho en pantalla, ahora estás y ya no; como en la vida por cierto.

Entonces organicé todo el taller móvil que guardo bajo el asiento y que la gente me iba trayendo hasta estar completo el inventario de útiles y herramientas que se había desperdigado 10 metros a la redonda.

Una patada y en marcha para mi casa donde me esperaba mi asustada esposa y mis chicos menores.

Allá en el hogar primeras curas a las quemaduras por rosamiento, cambio de ropa y como el dolor abdominal del lado izquierdo era fuerte pensé que lo mejor era darme una vueltecita por el cuerpo de guardia del hospital “Abel Santamaría” y no que surgiera una complicación en casa delante de la pandilla menor  y crear una crisis desagradable, entonces de nuevo sobre la Jupiter – Jawa 350 camino al hospital.

Yo pensaba que tenía que ver al ortopédico pero no, el asunto era con el cirujano,  este especialista luego de examinarme me indicó tres exámenes; “un análisis de sangre, un ultrasonido y también radiografía, “.. y cuando tengas todo eso regresa a verme..”; me lo dijo como si aquello me llevaría una semana, bueno, si al pobre Hércules le pusieron 12 trabajos, el infierno de Dante era de 9 círculos, y a ese otro lo pasaron  por 36 cámaras en Shaolin; yo esperaba que antes que aquel médico terminara su guardia yo hubiera finalizado tres “sencillas” pruebas pero al final fueron varias colas (filas) de pié  y con mi dolor en el costado;  tal vez la espera, la postura y la asimilación del dolor eran parte de aquel test.

Al final más lastimado y hambriento porque era la hora de la ingestión de mediodía, me fui con el benigno destripador manso que con una feliz sonrisa me dijo que no tenía de qué preocuparme y ahí mismo fue donde comencé a ponerme muy grave porque el protocolo establecía que tenía que ingresarme en la sala de “observación” para que me observaran seguramente y acto seguido apareció camilla y suero de cloro - sodio (el primer suero que me pongo en mi vida) y todo eso sucedía mientras dos simpáticas estudiantes del último año de medicina me tomaban mis signos vitales por las dudas.

Yo no salía de mi asombro, he llegado por mi propio esfuerzo, hice las cinco colas de exámenes y consultas con mi accidente acuestas y mi dolor para que me dijeran que no corría ningún riesgo mi vida pero no sabía que después de cumplida esa parte venía mi “gravedad planificada”, sin ingestión de alimentos y retenido por muchas horas. ¡Doc, amigo, ¿por qué no me diste esa camilla cuando llegué posiblemente destripado?!.

Como esa sala donde me “observarían” todo el tiempo estaba congestionada me dejaron en camilla y la situaron en el pasillo entre un hidrate y un extintor; por lo que supongo que el mayor temor de los médicos era que yo pudiese tener una combustión espontánea a pesar de que ni siquiera tenía olor a gasolina.

Uno se encuentra en cada situación a la gente que menos espera y allí estaba Víctor el loco con un brazalete de la cruz roja. A Víctor lo conocí en el ejército, fuimos destinados juntos a la aviación, yo como técnico de radio y él  como mecánico de motor y fuselaje.

JosephHeller muy bien pudo inspirarse para uno de los personajes protagónicos de su libro “Trampa 22” en un tipo como Víctor y para no apartarme mucho del tema principal solo contaré que Víctor en la rampa de vuelo un día comenzó a hacer alardes que de noche el podía identificar su  avión a simple vista antes del aterrizaje y claro que lo reconocía porque le había invertido las luces de navegación  violando una regla internacional y como resultado de este cambio parecía que el avión iba cuando en realidad, venía.

Realmente era un orate, fanfarrón, charlatán, lleno de tics nerviosos y de palabra de ráfaga; muchos años después vi a Víctor en un conjunto artístico donde él era nada menos que el mago; luego trabajando en un supermercado pero siempre  en todas partes haciendo magia para comer, pues ahora estaba allí, en aquella sala de paramédico, camillero, ambulanciero, mensajero o sabrá Dios.

Bendito loco viejo amigo que me acompañó en las maniobras con el suero para ir al baño, me compró un jugo de pera y más tarde me llevó a repetirme el ultrasonido. 

Luego en mi camilla medio dormido escuché una conversación entre una doctora y una enfermera de la sala, sobre un traslado a psiquiatría, supongo que hablaban de un paciente pero me fui preocupado porque no vi más a Víctor.

Pues allí no tan observado como pensaba en mi camilla como modesta morada, conté muchas horas hasta que al final parece no entraron más casos complicados de manera que las autoridades sanitarias quedaran desocupadas y pudieran venir a darme la libertad o el alta médica, ya no tendrían la desagradable tarea de estar observándome todo el tiempo, seguramente habrán dicho con alivio, “bueno, ahora que lo observe su mujer si le apetece”.

El sol ya se había ocultado  por completo cuando  muy hambriento, lastimado  y adolorido emprendí el camino de regreso a casa en mi potente y fiel tanque de guerra de dos ruedas.


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