A pesar de ligeras experiencias
anteriores, en breves vuelos nacionales, todo mi instinto animal y de guajiro de
Pinar del Río me gritaba que saliera de aquel aparato de AirBerlin cuando
me senté en él y miraba asustado
por la ventanilla el muro de cemento y los aromales que rodeaban el aeropuerto “Juan
Gualberto Gómez” de Varadero porque estaba loco por brincármelos y salir
corriendo monte adentro, pero el sentido común, la lógica, la tranquilidad que
reinaba en el resto de los pasajeros y el deseo de asistir a la boda de mi
hijo, hizo que me quedaran a bordo.