domingo, 8 de febrero de 2015

La Blanca Pelusa

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Los humanos iban bien apretados en su jaula, apestando a nuevas y viejas excreciones, nadie hablaba, había un pesado silencio, roto únicamente por el ronroneo del motor y el lamento de una mujer cuyo pie estaba atascado entre dos jaulas, los demás, indiferentes, estaban ocupados pensando tal vez, en cómo la vida los había situado en tales circunstancias y también en su inmediato destino.


A pesar de que estaban desnudos casi era imposible distinguir el sexo de aquellos individuos, eran un amasijo de cuerpos revestidos de varias capas de suciedad, a un golpe de vista podía hasta recordar ciertas escenas eróticas que se usaban como puntales de pésimas películas donde danzantes desnudos reptaban por rejas y entornos parecidos.

A pesar del desaliño general, los individuos se veían robustos y saludables, pues siempre habían sido atendidos con esmero desde su nacimiento hasta la adultez, todos eran jóvenes entre 20 y 30 años de edad; los mayores de 50 hacía tiempo que habían dejado de existir en el planeta.

La blanca pelusa no levantó muchas sospechas como cuando maná comenzó a llegar a la tierra del espacio exterior, era tan agradable al tacto y de aspecto tan encantador que solo provocó algún revuelo entre científicos, filósofos, teólogos y políticos los cuales dieron mucha lata en los medios de difusión, que si se debía a la contaminación, que si al cambio climático, reacciones atómicas solares, lo cierto es que nunca se supo el verdadero origen y cuando estos sabihondos decidieron corregir los errores de la humanidad, ya era demasiado tarde, aquella pelusa blanca había tomado forma y ellos fueron los primeros en ser enlatados.

Para la humanidad, desde determinado punto de vista fue muy bueno al principio, la mejor época o periodo desde la comunidad primitiva y las organizaciones gentilicias; no había que trabajar, todo abundaba, ocio y placeres, el planeta resplandecía de belleza y buena salud, la flora y la fauna resurgía, especies ya extintas, fueron nuevamente introducidas, los huecos en la capa de ozono desaparecieron, al igual que los altos niveles de contaminación, los humanos no morían de hambre ni de enfermedades, las armas y las guerras nadie las recordaba; era el paraíso terrenal.

Desde luego el hombre, al no tener que enfrentar al medio para transformarlo y satisfacer sus necesidades, comenzó a involucionar, tampoco era necesario vivir en sociedad, ya casi no necesitaba pensar, ni siquiera comunicarse con los demás excepto para la procreación y eso con algún que otro sonido gutural, era más que suficiente; el hombre dejó de necesitar la herramienta con la que durante milenios había moldeado  el planeta para bien o para mal pero siempre en su provecho y con la que en tal proceso se había moldeado a sí mismo en un ser más racional; dadas las inmejorables condiciones de vida, la atrofia cerebral era lenta pero irreversible.

Ahora en las jaulas no se veían tan satisfechos, algunos jadeaban buscando oxígeno y otros infructuosamente intentaban (característica muy humana) de mejorar sus posiciones escalando sobre sus compañeros; a pesar que no estarían mucho tiempo en esa situación incómoda para evitar merma de peso por trauma de transportación, pero ellos no sabían nada de eso.

El transporte finalmente se detuvo ante la gigantesca puerta metálica de acceso a una de las tantas sofisticadas industrias de carne, cuya modernidad se destacaba especialmente en evitar que el producto se contaminara con cualquier posible trauma o sufrimiento de los sacrificados, sobre todo en ese momento final en que las personas tanto se han preocupado durante toda su vida.

Un custodio le preguntó al conductor si era la última entrega del día y éste, con un gesto de cresta, asintió mientras ponía el motor nuevamente en marcha para la descarga de un rebaño de primera calidad.


***
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Gilberto despertó sudoroso y sobresaltado de lo que creyó terrible pesadilla y clavó espantado sus ojos en los del joven y blanco pollo que lo miraba a través de las rejas.

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