lunes, 8 de junio de 2015

Café Pinar (+Fotos)

No sé quién le habrá puesto este nombre a un lugar donde nada tiene que ver con aquella noble droga. El café Pinar es un centro nocturno como cualquier otro en Cuba, pero el único de su tipo en Pinar, por lo que tampoco era necesario aclarar el dato geográfico en su nombre.

Como muchas de estas opciones recreativas, el tal café era inaccesible al trabajador común al menos cuando yo lo visitaba, realmente no sé ahora, pero me imagino que siga más o menos igual, la gran muralla de precios contra poder adquisitivo del ciudadano común, imposible pasar una noche allí y consumir la oferta, gastar en moneda dura lo que te pagan bien blando.

En los años 2006 – 2007, estaba más solo que un perro callejero, hacía más de un año había perdido a mi esposa, a mi hijo lo habían llamado al servicio militar y cuando yo salía del trabajo no tenía motivos para regresar al hogar, aquel lugar desolado donde todo me recordaba otros tiempos mejores, lo único en que pensaba al llegar, era que los míos andaban escondidos detrás de las puertas, en los closets, la manera como muchas veces acostumbraban a recibirme; dolía llegar a casa.

Entonces a la más mínima señal de cualquiera, el menor gesto de invitación para tomar otro rumbo, era lo mejor que me podía pasar y si la invitación venía con comida incluida,  escaparme de mi cocina era la gloria misma, unas veces lo de invitarme a comer era de verdad y otras solo un gesto sin mucha insistencia que apostaba por mi pudor razonable, pero lamentablemente, mi respuesta no se hacía esperar y refiriéndome a la mesa, les decía, “¿pordóndemesiento?”, una ráfaga de palabras a boca de jarro, que descubría en el acto las invitaciones de corazón y  las de diente pa´fuera.

En el lugar que trabajaba, la entonces,  Oficina Nacional de Estadísticas de Pinar del Río, había una tropilla alegre, juvenil y muy entusiasta, para no decir una bandita de locos y un día por lástima, amistad, simpatía, afinidad o todas ellas juntas, me invitaron al Café Pinar. Me imaginé que bromeaban porque como les decía, ninguno de nosotros podía llegar allá y pagar un agua embotellada, pero para mi sorpresa, hablaban muy en serio, no había dinero pero si una lógica explicación.

El misterio estaba en la creatividad, en la inventiva criolla, en las variantes B y C, en no verlo todo de un solo color; lo que íbamos a consumir allá sería introducido, lo llevaríamos con nosotros, en el Café Pinar no gastaríamos ni un peso, por supuesto, contábamos con un cómplice, un infiltrado que allí trabajaba.

Ron de la peor clase posible, la más barata, jamonada y recortería de jamón, encurtidos caseros de pepinos y el pan nuestro de cada día y lo demás estaba allá, el show, la pista de baile, la música y todo, seríamos unos parásitos robándonos una mesa que no aportaría nada a las ganancias de la noche.
Rellenando botellas

Salimos del trabajo para el Café, sin la ropa más adecuada, sin ir a casa para tomar una ducha, íbamos con aquel perfume que usamos en la mañana del que no quedaba ni la sombra de su “potente” fijador.

El asunto no era del todo sencillo, había que pasarle a nuestro contacto toda la logística y éste se encargaba de camuflarlo y servirlo como parte de las ofertas locales, aquel ron del que les hablaba no cabía en sí de pura vanidad y orgullo cuando se vio en una flamante botella de “Habana Club”  silverdry de cinco CUC,  jamás se había imaginado que el final de sus días sería contenido por semejante etiqueta y marca.

¡Cómo nos lucíamos para hacer los pedidos! Y las chicas muertas de la risa.

-¡Camarero!!, otra de Habana Club por favor…

Hubo alguien de otra mesa que pidió que le sirvieran aquel apetitoso plato que lucía la nuestra, “no, ya se nos terminó de ese”, le dijo el camarero. Bueno, que conste que ya aquel amigo no trabaja por allá.

Seguramente la pasábamos mejor que todos porque la mera situación en sí, era ya suficientemente divertida.
El pan nuestro de cada día

Nunca esperamos muy tarde para irnos, igual que Cenicienta, no pasábamos de las doce de la noche, el cansancio de toda la jornada se sentía, había que comer algo más fuerte, bañarse, dormir e ir a trabajar al otro día y tal vez repetir la dosis.

Un día las cosas no salieron de la manera acostumbrada, bueno lo de la bebida y los comestibles, sin problemas, pero cerca de las once de la noche a un turista extranjero (valga la redundancia, aunque en la actualidad no es redundante), de visita en el lugar, le habían robado su billetera, seguramente su propio habilidoso e improvisado guía que se había ganado la confianza del “yuma” porque se conocían desde hacía muchísimos minutos.

La seguridad del local no dejaba entrar ni salir a nadie hasta que el grupo operativo de la policía no se presentara a tomar las medidas pertinentes, ¿Medidas?, ¿de qué tamaño sería aquella billetera?, pero medida aparte, una cosa era segura, los polis sastres no eran; entonces como ya se sabe, un grupo policial de este tipo hace operativos todo el tiempo, las veinticuatro horas operando, seguro más operaciones que un cirujano, por eso se demoraban y se demoraban.

A nosotros a esa hora ya se nos habían acabado todas las municiones, estábamos a punto de abandonar, no había como defender la posición, no nos quedaba nada, solo un tremendo cansancio, apestando a sudor y a ron de aquel, cuyo nombre no debe ser mencionado, esa noche cuando el reloj dio las doce, estábamos sin protección, ni un solo de nuestros zapatos aguantó la magia quedándose de cristal, nuestras calabazas y ratones eran ahora visibles, notables, porque mientras las demás mesas seguían como si nada, en la normalidad, la nuestra lucía como dura cama.

Un poco después de las dos de la madrugada llegó el carro policial, los pobres, vaya usted a saber dónde se habían quedado sin combustible, al menos nosotros si sabíamos dónde, cuándo y cómo se nos había terminado el nuestro, por eso siempre nos íbamos temprano.

Al final nada de nada, quedé muy frustrado porque con aquella agónica espera, ya hubiera querido que me llevaran preso, me hicieran un registro, me empujaran un poco, hasta un golpe quizás, pero a los dos minutos de haber llegado la guardia operativa y vernos las caras, nos dijeron que ya podíamos irnos; nada, que yo había subestimado la rapidez detectivesca, un solo vistazo y ya sabían todo, posiblemente antes de llegar ya lo sabían, bueno, yo también sabía que no iban a resolver nada; entonces mi cuerpo, que no era precisamente el del delito, se pudo encaminar a casa.

Al otro día éramos la diversión en el trabajo, “¿no quieren Café Pinar?, pues agarren Café Pinar”, y claro que agarramos más veces, no todos los días,  no todas las semanas, ahora mejor preparados para las contingencias, pero seguíamos disfrutando mientras se pudo.

Hoy, como pasa casi siempre cuando se habla de asuntos del pasado, tropa dispersa, la mitad muy lejos del Café Pinar, solo unos pocos le seguimos pasando por el frente.












Nota: Cualquier similitud de los hechos o parecido de las personas en foto con personas reales, es pura coincidencia, lo que he escrito es pura ficción.

4 comentarios:

  1. Muy bello, me gustó

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  2. Eddy siempre con tus excelentes comentarios, te felicito, abrazos.

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  3. Me encantó Y las fotos..wowwww q recuerdos tan bellossss...tenemos q repetirlo..ahahaha...q nostalgia

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  4. Ya sabes que soy fans #1 de tu Ballestrinque, este no lo había leído, quede encantada!! Cómo siempre, lo describes e ilustras tal cual, que lo vivo y disfruto tanto, así que estuve con ustedes en Café Pinar!!! Que nostalgia, pero que bonito volverlo a vivir, gracias infinitas ❤️

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