viernes, 19 de junio de 2015

Escuela Secundaria en el campo y amores primarios.

Aunque yo vivía en el kilómetro 111 de la carretera central, a dos kilómetros del pueblo de Consolación, bien rodeado de todos los animales doméstico y de campo, en un ambiente muy campesino; aquel territorio estaba declarado, en lo referente a ubicación de los estudiantes de secundaria, como "zona urbana” y me correspondía entonces cursar dichos estudios en una ESBU, Escuela Secundaria Básica Urbana, cuyos alumnos estaban semi internos y dormían todos los días con su familia, se conocía también como “secundaria de la calle”.

Aquella ubicación no me favorecía, pues me iban a separar, a distanciar de Zaida, el amor de mi vida, solo porque su domicilio estaba en el kilómetro 112 de la mencionada carretera, la diferencia era abismal, al menos para el Ministerio de Educación, como si fuera puro monte adentro donde ella vivía; Zaida Cecilia Naranjo era mi novia desde segundo grado y como es lógico, ese asunto me tenía muy mal, deprimido y triste, porque sería muy difícil encontrarnos y continuar con aquella relación; y ella, como si nada, tan tranquila y sonriente; su calma,  se debía seguramente, a que todavía no sabía que era mi novia.


De las Escuelas Secundarias en el Campo (ESBEC) no se hablaba nada bien, la semana entera interno en esa escuela, con sistema de clases en la mañana y trabajo en el campo en la sesión de la tarde o a la inversa, la comida no era la mejor, colectividades de baño y dormitorios y todos los males posibles que eso puede acarrear, un régimen bastante estricto, apagones incluidos, en fin, un cambio importante en mi vida.

Mi hermana trabajaba en el sector de educación y le pedí, le rogué, que hiciera todo lo posible para que yo no fuera a la tal secundaria de la calle, yo no podía perder a Zaida, algunos me decían que estaba loco y era verdad, estaba loco de amor y por ella estaba dispuesto a meterme en un campo de concentración nazi o para ser más criollo, de aquellos que implantó en Cuba, Valeriano Weyler y Nicolau.

De todas maneras tuve que pasar unos 15 días en la secundaria urbana y luego llegar como “nuevo” a donde todos ya se conocían, la “ESBEC provisional No.53” en el poblado de “Julián Alemán”, kilómetro 7½ carretera de Alonso de Rojas, en los 22,4526 de latitud Norte y en los 83,5062 de longitud Oeste (Gracias Google Maps).

La escuela había sido inaugurada precisamente con ese inicio de curso 1976 – 1977 y lo de “provisional” no tengo ni la menor idea por qué, me imagino que fuera por ser una construcción de bajo costo, hoy todavía existe esa tal  escuela “provisional” pero no hay de qué extrañarse hablando de cosas “provisionales” en mi país.

La matrícula era de quinientos alumnos, todos en el mismo nivel, divididos en doce grupos de estudio, organizados alfabéticamente por apellidos; si hubieran tomado mi “D” de “Del Valle”, hubiera estado en el mismo grupo con Z. Cecilia, pero no, me agarraron por la “V” y allá estaba con todas aquellas letras desconocidas de lo peorcito que se ve en el alfabeto, todos aquellos “Valdeses”, “Valladares”, “Villa”, “Velázquez” y otras letras vecinas, en fin, grupo 12.

El cambio fue brusco, bien brusco, solo de asuntos de dormitorios se puede hacer unas cuantas historias, acostumbrarse a hacer la camas, gimnasia en la mañana, robo de propiedades, falta de agua a la hora del baño, limpieza de albergues y baños, luego el campo; tres años en las faenas del cultivo del tabaco, yo que ni de lejos había tocado aquellas pegajosas hojas; habían chicos que sus padres eran tabaqueros y eran los reyes del campo, yo me sentía cada día como condenado a realizar trabajos forzados; largas caminatas hasta las zonas de los sembrados donde hacíamos todo lo referente a este cultivo, o lo intentábamos; aquellas grandes hojas empapadas del rocío no era fácil “meterle el pecho”, sobre todo en los meses de temperaturas bajas, cuando salías por el otro extremo del surco estabas bien mojado y tiritando.

Ernesto Huber Matos, no el comandante relacionado a la revolución cubana, primero a favor y luego en contra; hablo de un condiscípulo y amigo cuyo padre no era simpatizante del proceso revolucionario y le había encasquetado aquel nombre al muchacho; él siempre le decía a mi vieja cuando me visitaba, “señora, usted tiene ahí un campesino nato, muy valioso, se escabulle entre las matas de tabaco y sale seco al otro lado”. Este entrañable amigo se hizo ginecólogo y desgraciadamente ya no está entre nosotros, murió en octubre de 2014 de cáncer de pulmón y hasta donde sé nunca fue fumador ni nada por el estilo.

Pues hablando de los “Valdeses” de mi grupo, me sentaron junto a Gloria Valdés que era además la jefe de grupo, delegada del aula, primera ministra, y no recuerdo cuantos cargos más y tengo yo la osadía, el arrebato de elemental comunicación social de dirigirme a ella.

-     - Mire profesor este chiquito me está molestando, que si mi nombre, que si quiere saber dónde vivo.

Fue en horario nocturno el asunto, estábamos en estudio individual y por suerte el profesos de guardia al que le presentaron la denuncia era joven y un poco Don Juanesco, pero yo andaba muerto de miedo, acabado de llegar y ya estaba metido en un problema muy grave, acusado de acoso sexual con alevosía, premeditación y ensañamiento y con una alumna de la alta gubernatura.

¡Qué alivio!, aquel profesor me trató jovialmente, bromeando de mis malos métodos de conquista y yo quería hasta llorar del susto, ese día aprendí un par de cosas sobre las chicas y las mujeres; enseñanza que he tratado de trasmitir a mis hijos varones. “si quieres ganar en una pelea personal con una chica, date la vuelta y corre todo lo que puedas antes de que sea demasiado tarde y te destroce”.

Mi mejor recuerdo del grupo 12 fue que la puerta del aula quedaba justo frente a las ventanas del dormitorio de Zaida, casi en línea con su litera y un día que estaba en la pizarra respondiendo un ejercicio, gritó mi nombre, miré y aunque se ocultó muy rápido logré verla y por poco ese día no almuerzo de felicidad.

Mi estancia en aquel grupo solo fue de un curso, hubo otro reordenamiento teniendo en cuenta zonas y localidades de residencia y aquello fue la gloria misma, estaba de nuevo en el aula con la niña de mis ojos y con todos mis viejos amigos y compañeros de la escuela primaria, ahora en el grupo 9.

Las cosas que uno hace por amor y por llamar la atención de las chicas; en el campo como les decía, hacíamos diferentes trabajos y en las labores del tabaco rubio, ese que cuya hoja no debe ponerse en el piso y por ello hay una ocupación de “parlero” alguien que anda con una yunta de bueyes arrastrando un “parle”, una caja de madera rectangular sin ruedas, donde se colocan las hojas mientras se van recolectando.

Esto no es un parle, el parle no usa ruedas, es solo un cajón
 rectangular de madera arrastrado por los animales.
Yo era ajeno a todo aquello y para la mayoría de los varones cuando le tocaba hacer de parlero con los bueyes era pan comido, algo que estaban acostumbrados a hacer y por supuesto mejor trabajo que andar dentro del surco doblando “el lomo”, para mí era un suplicio porque de animales de tiro no sabía nada, un solo ejemplo, mientras los demás maltrataban lo usual (pienso) a las bestias, a mí me costaba tremendamente lograr guiar aquellos mansos y buenos animales y casi les rogaba que caminaran, objeto de continuas burlas; en realidad lo que más me molestaba no era eso, el asunto es,  como les decía, que era la mejor tarea, muy codiciada, un trabajo fácil, donde no tenías que hacer prácticamente nada, solo pasear montado en tu “bote” y para mí era todo un lío.

El gran y verdadero reto para un chico como yo, fue cumplir con el ritual de parlero, al terminar el trabajo mientras los demás regresaban a pie, el parlero lo hacía sentado en la cabeza de un buey, primero porque el parle quedaba en el campo y segundo porque era toda una cómoda hazaña, ¡Dios Santo!, y Zaida estaba por allí mirando, suerte mi amigo y entrenador personal Gustavo; pues no quedaba de otra y allá iba quien les cuenta con una mueca en el rostro que casi se podía confundir con una sonrisa, sentado “felizmente” entre los tarros de un buey que ahora con el rumbo sabido a casa, comida y descanso no caminaba, corría ligero como un perro de una tonelada o más de peso; toda una nimiedad si mi chica  me miraba y se sonreía, seguro me hubiera montado también en un dragón o cualquier bicho de la mitología griega que son los más terroríficos.

Zaida, mi princesa de pantorrillas gordas, su blanca piel con aquel rosado que salpicaba por todas partes, sus ojos, su pelo de oro, aquellos pechos como capullos, Zaida, Zaida y su  primo Orlando atravesado, porque cada vez que tenía un impulso de valor y me atrevía a hablarle, esa era la excusa de siempre y su argumento, “que si Orlandito se lo decía a su mamá o a su abuela” y ella nerviosa subiéndose las medias escolares que se le caían y yo igual, temblando como una hoja; “y ahora me sale con lo de Orlandito”, total si Orlandito hablaba tan ronco que tal vez la abuela no entendería el cuento; me aliviaba un poco saber y hacía creíble su respuesta, que nunca hubo novios, al menos en secundaria.

Como le sucede a cualquiera, me enamoré muchas veces, pero aquello que sentía por Zaida realmente no era amor, era un virus, una enfermedad que me consumía, que no me dejaba concentración para nada, me volví poeta, me volvía astronauta, participaba mucho en clases, todo para llamar su atención, fingía ser un amante del deporte, era más atlético que Tarzán, si me enteraba que el próximo fin de semana a ella le habían suspendido el pase por alguna indisciplina (raro), pues en 24 horas era más indisciplinado que el jefe de un grupo terrorista.

Marilú era otra cosa, Marilú era mi desahogo, con sus ojos grandes y verdes, sus tetas firmes y bien formadas. Había un solo televisor en mi escuela, estaba en una caseta al aire libre a una altura supuestamente donde todos lo verían, tampoco quedaba mucho tiempo para verlo, solo en el horario de las 7:30 PM mientras un grupo grande estaba en el comedor, era cuando ponían las aventuras y aquello era un molote tremendo y un empuja, empuja descomunal, nunca me interesaron aquellas tales aventuras ni tengo idea de cuales eran, pero Marilú me invitaba a “ver las aventuras” y nos parábamos dos, en el espacio de uno; no tengo idea cuantos fusibles se fueron de todos mis circuitos, eran los primeros senos que tocaba de mujer, o el cuerpo de una chica unido al mío, bendito espacio televisivo de “aventuras”.

El problema con Marilú era que no siempre me elegía a mí, si yo no estaba a la hora listo, bañado y comido me la perdía, quiero decir, me perdía un buen lugar para el programa; mi peor contrincante aquí era Gustavo, amigos en todo, menos en el asunto de estas aventuras y la revalidad era a muerte, quien llegara en tiempo tenía su capítulo al día.

El dilema terminó de la mejor manera gracias a la ayuda de Claribel que a mí me lucía como aquella actriz principal de “Cera Virgen” cuyo nombre no conocía en aquel entonces, pero yo se lo decía a ella y me lo agradecía con creces.

Foto reciente de Gustavo en su casa.
Gustavo, mi buen amigo Gustavito, jodedor y ladrón de caballos, si porque nos escapábamos a bañarnos en lagunas, escapábamos a un guayabal colindante de la escuela al que no se podía ir y en esos andares no podía faltar la monta de caballos que Gustavo se ataba al tobillo para que el animal lo siguiera a distancia cuando tenía que pasar frente a zonas habitadas; nos escapábamos a las casas vecinas a ver en la TV, películas como “EL Estrangulador Fantasma” interpretada por el genial Boris Karlov, también actor de uno de los primeros monstruos de Frankenstein (1931). Por lo de cuatrero y las pelis de horror, tal vez fue que Gustavito terminó de policía, hoy retirado.

Una vez introdujimos una botella de “Guayabita del Pinar” en la escuela, éramos cinco o seis, la bebimos e increíblemente solo le cayó mal a uno, que por supuesto fue suficiente para dar la alarma y estar sentados todos en la dirección con el respetado y temido director Miguel Mayor Arbeláez.

Y aquella noble tierra no se abría para tragarme por más que lo rogaba, continuaba impávida como si nada; ahora sí que éramos famosos, estábamos en el estrellato, no se hablaba de otra cosa y uno quiere que el tiempo pase volando cuando está en problemas como esos, pero los relojes se extreman y no se mueven.

El director determinó muy sabiamente que nuestros padres vinieran, entonces manejé el asunto de tal manera que solo viniera mi mamá y sin tener muy claro lo que pasaba; hoy no estoy del todo seguro de lo que hablaron, se que surgió la idea de expulsión, pero en el grupo habían alumnos muy valiosos, como yo, (jejeje), al final nos dieron una oportunidad que aprovechamos al máximo porque en medio del problema juramos que si salíamos de aquella, lo celebraríamos igual, pero sin la participación del borrachín de Chirolde, el único culpable de todo aquello, definitivamente estábamos bien locos y la promesa se cumplió.

En aquella época nos quejábamos de la comida y al mirar atrás como muchas veces pasa, hace buena cualquier época, no obstante y objetivamente considero que vivimos en la mayor abundancia que han tenido los becarios en este país; independientemente que uno es acompañado toda su vida de carencias, reales, virtuales, materiales o no, pero como se sabe, para un adolescente ninguna comida es suficiente a pesar de que existían opciones que hoy no están, bueno ni siquiera las escuelas al campo están.

En cualquier bodega rural, en lo más intrincado del campo habían unas latas de leche en polvo importadas de la URSS a solo 40 centavos, había latas de galletas, de las grandes a precio de 1.60 y mantequilla, a veces llegábamos del campo y antes de bañarnos nos habíamos despachado entre dos o tres una de aquella latas de galletas con mantequilla.

En la escuela se “escapaba” bien, la leche era liberada, toda la que quisieras, a veces celebrábamos el término de un buen examen con un litro de leche que era más saludable y menos problemático que el asunto de la Guayabita, la escuela era visitada por carros de helados muy frecuente y se formaba el festival del helado, pero por si fuera poco los padres venían entre semanas con una mochila de provisiones como para un mes y aun así, Enrique, de San Diego de los Baños, con un cuje de secar tabaco, una vara de varios metros que introducía por las ventanas de la despensa, pescaba largos rollos de chorizo; aunque no lo sabíamos, no nos faltaba nada.

Estos dos asuntos a continuación alargaran un poco la historia pero no puedo dejar de mencionar, en primer lugar la buena colección de libros de la biblioteca escolar, no sé cómo fueron a parar allá, me imagino que era una época de abundancia de buena literatura y cualquier escuelita por sencilla que fuera los tenía. El otro tema, al que quiero referirme, es nada menos sobre el calzado del uniforme escolar durante tres cursos, los famosos kikos plásticos, nunca entenderé el asunto termodinámico que ocurría con aquellos “zapatos”, el proceso de intercambio de calor del nuestros pies con el medio a pesar que toda su superficie estaba  llena de agujeros y perforaciones, aquella rejillas por magnetismo o lo que fuera, mantenía el pie con una hermeticidad tal que se te llenaba de sudor con su posterior fetidez, había que estar lavando medias constantemente y sin embargo, asombrosamente eran zapatos  muy permeables al agua exterior.

La secundaria de la calle, la urbana tenía que pasar cada curso 45 días en el campo y cerca de la escuela quedaba el campamento, a solo doscientos metros y ahí fue donde conocí una noche de fuga, a la Nana, le hice saber bien pronto que éramos novios y ella encantada; delgadita, delgadita, una niñita entre niños y mi primera crueldad en relaciones, porque ella estaba de lo más embullada, pero entre los miedos que me metieron con el padre que si era acá o allá, que si vivía en el temido barrio de la guayaba en Consolación y yo con mi mente y corazón en las nubes, detrás de Zaida como un guanajo; cuando terminaron aquellos 45 días no la vi hasta muchos años después para dejarme descubrir la hermosísima mujer en la que se había convertido, que con marcado despecho en ese momento me había vuelto la cara, ¡mira lo que me perdí! ¿no?

El asunto con Zaida había sido tan doloroso y prolongado que considero una suerte que mis notas fueran mucho mejores que las de ella y eso nos separó, definitivamente para toda la vida, fuimos a escuelas preuniversitarias diferentes, los de mejores notas al pre más cercano, “Luis Bocourt”, una instalación que vi construir, pues no quedaba distante y los de notas menos destacadas, para Las Ovas, en Pinar del Río.

A la nueva escuela me fui todavía padeciendo el síndrome “ZAIDA”, allá estaban esperando nuevos amigos, nuevas aventuras, nuevos retos y problemas,  y el mismo viejo y conocido director que me recibió con una sonrisa - amenaza y el apodo que les decía a todos sus alumnos “Dime guajiro, “¿vienes sin guayabita verdad?”.

Pasaron como mil años, Zaida hizo su vida y yo la mía, se hizo enfermera, vive en Consolación, tiene una hija de más de veinte; de cuando en cuando me la encuentro por esos caminos y por un momento me parece escuchar el viento zumbando entre las agujas de los pinos de la escuela al campo mientras perseguía su mirada y soñaba con ella.


A pesar de sus años, unas libritas de más quizás, es hermosa todavía y aunque no es ya la chica que yo amé, porque cambiamos de muchas maneras en la vida, verla, siempre me trae aquel hermoso recuerdo, porque amar es siempre divino y curiosamente tampoco logro olvidar el día de su cumpleaños y que conste, FaceBook ni nadie me lo recuerda.
Foto  actual de la ESBEC 53 obtenida con Google Maps, en la época de la que se habla no existían tantos asentamientos poblacional, sobre todo en las cercanías a la escuela.

En esta hermosa imagen se puede inferir posiblemente el buen gusto de Zaida.


9 comentarios:

  1. me he reido mucho, ademas de la similitud en experiencias vividas!!.. jajaja

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  2. Muy buen artículo me encantó y me trae muchos recuerdos divinos éramos tan felices me encantas Eddy eres simplemente maravillosooo

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  3. despues de un monton de deberes y trabajos he podido sentarme a leer el articulo con calma. Transmite fuertes sentimientos, y casualmente mis padres tambien hace años me han hablado de los famosos kikos asi que de cierto modo a mi tambien me da cierta nostalgia. En especial me ha gustado mucho el parrafo donde reflexiona de cuan buena fue esa epoca, que aunque habian sus carencias y muchas quejas realmente fue una etapa especial. Vamos a ser optimistas y pensar que esas mantequillas, empanadillas y helados regresaran sin tener que sacrificar los otros logros sociales. Un abrazo

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  4. Eddy que manera de reírme con tu cuento; Aunque no soy muy ducha en la materia me pareció fabuloso y muy agradable a la lectura, muy fresco para poder ser leído por varios grupos etéreos de lectores, pienso que se te da muy bien lo de escritor (y lo digo en serio), no se si habrás escrito otras cosas, pero en verdad te lo debieras tomar en serio y continuar haciéndolo pues lo haces muy bién y este estilo de la narrativa va contigo. . En verdad fue muy agradable leerlo y me trajo muchos recuerdos de mi etapa de estudiante de ESBEC, te lo agradezco.

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  5. Eddy eres espectacular escribiendo, mis felicitaciones en grande, sacas la risa a cualquiera sin pedirlo, es un don que la vida te dio, y te deseo sigas siendo bendecido por ello!!!.
    Me gustó el material completo y los comentarios de Odalys también, yo en esa época parecida a la tuya, estaba para los encuentros deportivos y festivales de la FEEM, y desde entonces empecé a conocer otras provincias de nuestro terruño, nada que ver con enamoramientos, pero ten seguro que no me faltaron los enamorados, jaja.
    Sigue con nosotros siempre así, claro, directo, discreto, sociable y amoroso.
    Gracias

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  6. La verdad es que eres tremendo loco enamorado, guajiritoOOOO!!!!! y lo de cronista te sale del alma.
    Es una bonita historia de verdad, y a mí en lo particular, a veces me da nostalgia traer a mi vida actual esos recuerdos de nuestra etapa escolar.
    Te cuento, que yo también me enamoré como una boba de un compaeñerito de estudios, cuando empecé en 7mo grado en la vocacional, convertida luego en IPVCE. Hay! que locura la mía con ese flaco, sus siglas eran AAA (El mulato triple A), un guajirito de san cristóbal del pueblito taco taco, fan al voli y al futbol, tremendo bailador, casualmente mi pareja en la rueda de casino de la escuela, pues estábamos así de flacos y desnutridos los 2, lo más triste de todo era que estaba enamorado de Madelín, otra flaca prieta que si se llevó el gato al agua, y yo queriendo a aquel gran deportista y bailador, en silencio, pues fue lo que me tocó.
    Terminamos el 12, en la fiesta de fin de año y graduación nos escribimos las camisas como recuerdo de 6 años juntos, y junto a mi pañoleta de 9no grado, guardo mi blusita de pre, ambas repletas de firmas y de señales de todos los compañeros de estudio, pero con aquellas grandes iniciales AAA, que eran las de mi amor platónico. Yo cogí para el “Alma Mater” y él para el ISCA, nunca más nos vimos, hasta hace aproximadamente 5 ó 6 años, que aquí nos volvimos a encontrar en el CIMEX, en una ocasión en que me personé allí con nuestro antiguo dtor económico, a tramitar un contrato.
    Fue tremendo aquel encuentro, pues de compañeros nos llevábamos muy bien, y allí en pocos minutos nos hicimos el recuento de nuestras vidas luego que concluimos la etapa de secundaria y pre universitaria, y bueno!! hablando como los bobos, ante mí ya estaba parado aquel flacucho guajirito, ahora es tremendo mulatón al que hay que llamar de usted. Según él, yo también cambié, ya no era aquel “esqueletico con trasero” como me apodaban los graciosos de la escuela, lo de atrás se mantenía pero también había tomado más formita en general, vaya tipo guitarrita o botellita, Ja;ja, ja.
    Bueno, en esencia, hoy nos llevamos muy bien se casó y vive acá en Pinar del Río, se graduó de medicina veterinaria pero la ejerció poco y anda de Comercial por las tiendas recaudadoras de divisa, y te cuento que otra ocasión que nos encontramos fue que le conté de ese amor de colegio que yo sentía, que aquella flaca prieta y sata me arrebató, fue tan descarado que me dijo que eso fue ayer pero que podía ser ahora, porque ahora si estábamos buenotes los 2.
    Nada, son cosas que pasan y que nunca se olvidan, al menos yo las recuerdo porque forman parte de nuestra vida. ¿Que tu crees?

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  7. Entré aquí por casualidad, buscando otra información, pero me encontré con este relato. Muy bueno, yo también estuve en una ESBEC desde 1975 a 1978 en La Habana (Ceiba 10). Y, como casi todos, me enamoré perdidamente varias veces. Yo tuve que soportar durante gran parte de mi vida escolar la burla de algunos casos, la envidia de otros y hasta la verdadera discriminación de otros pocos. Resulta que desde niño tuve predilección por las chicas mulatas y morenas (siendo blanquito) lo que me convirtió en el "piolo" de la escuela. Pero eso no fue impedimento para que insistiera en mis conquistas amorosas.
    Tmabién me puse los odiosos kikos plásticos y la camisa de polyester, aquella que se lavaba, pero que para secarlas, se hacían dos pasos: 1.- Se colgaba en un perchero y se le daban 20 ó 30 "sacudidas" y 2.- Se colgaba el perchero en la ventana para que el aire se encargara del resto. Esas camisas eran de buena calidad, porque con aquellas "sacudidas" no se desflecaban, mas bien duraban bastante.
    Felicito al autor de este escrito, cuenta muy bien y nos ha hecho recordar aquella etapa de nuestras vidas en que éramos felices pero no lo sabíamos.

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    1. Gracias por leer y sobre todo por escribir, sus notas enriquecen mi modesta historia y lógicamente me siento como si nos conociéramos de siempre al compartir estas vivencias. Suerte y Gracias de nuevo

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  8. jajajajaja eres muy bueno escribiendo, bueno, bueno esa narrativa la reconocemos todos los que hemos pasado por esas, más o menos siempre identificados, abrazosssss

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