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Pues hace un
par de días, andaba por esas complicadas y terroríficas calles de Pinar del Río
en lo que a tránsito se refiere, en el híbrido motociclo que me han asignado, Jupiter – Jawa ; (cuya parte “Jawa” ni
siquiera es fabricada en Checoslovakia como antes, ahora increíblemente es
China); pues moviéndome siempre a velocidad dentro de la ley y por la calle
“Frank País”, antigua calle “Sol” y a la distancia establecida del hijo de su
correspondiente madre que me antecedía en otra moto; el cual inesperadamente
hace un giro brusco a su izquierda sin previa señalización y este modesto
servidor infelizmente no llevaba colocado el pie derecho en el freno y en un
microsegundo de quizás mal formados reflejos, forcé el freno de mano que actúa
como es sabido de manera drástica sobre la rueda delantera con el consiguiente
peligroso resbalón y planazo que hizo rodar por los suelos al jinete y
cabalgadura.
Lo primero que miré (me avergüenzo de ello) fue el Reloj de
pulsera marca “ORIENT”, regalo del día primero de este año por una entrañable
amiga, al que por suerte ni un rasguño; luego la rodilla izquierda, zona que me
ardía intensamente para revisar si había tenido la desgracia de rompérseme mi desteñido
blue jeen, desteñido más por el uso que por las modas; luego hice por
incorporarme pero no pude salir caminando por un fuerte dolor en la parte baja
de las costillas izquierdas, mi intención era apagar mi máquina que aún
crepitaba en el suelo pero vecinos del lugar
y peatones locales como ángeles ya me asistía en todo, hasta los detalles
más pequeños, mil gracias a ellos.
El ciclista suicida balbució una disculpa y
yo no tenía aire en los pulmones para ponerme a conversar ahora sobre toda su
familia, tampoco el tipo duró mucho en pantalla, ahora estás y ya no; como en la
vida por cierto.
Entonces organicé todo el taller móvil que guardo bajo el
asiento y que la gente me iba trayendo hasta estar completo el inventario de
útiles y herramientas que se había desperdigado 10 metros a la redonda.
Una
patada y en marcha para mi casa donde me esperaba mi asustada esposa y mis
chicos menores.
Allá en el hogar primeras curas a las quemaduras por rosamiento,
cambio de ropa y como el dolor abdominal del lado izquierdo era fuerte pensé
que lo mejor era darme una vueltecita por el cuerpo de guardia del hospital
“Abel Santamaría” y no que surgiera una complicación en casa delante de la
pandilla menor y crear una crisis
desagradable, entonces de nuevo sobre la Jupiter – Jawa 350 camino al hospital.
Yo
pensaba que tenía que ver al ortopédico pero no, el asunto era con el cirujano,
este especialista luego de examinarme me
indicó tres exámenes; “un análisis de sangre, un ultrasonido y también
radiografía, “.. y cuando tengas todo eso regresa a verme..”; me lo dijo como si
aquello me llevaría una semana, bueno, si al pobre Hércules le pusieron 12
trabajos, el infierno de Dante era de 9 círculos, y a ese otro lo pasaron por 36 cámaras en Shaolin; yo esperaba que
antes que aquel médico terminara su guardia yo hubiera finalizado tres “sencillas”
pruebas pero al final fueron varias colas (filas) de pié y con mi dolor en el costado; tal vez la espera, la postura y la asimilación
del dolor eran parte de aquel test.
Al final más lastimado y hambriento porque
era la hora de la ingestión de mediodía, me fui con el benigno destripador manso que con una feliz sonrisa me dijo que no tenía de qué preocuparme y ahí mismo fue
donde comencé a ponerme muy grave porque el protocolo establecía que tenía que
ingresarme en la sala de “observación” para que me observaran seguramente y acto
seguido apareció camilla y suero de cloro - sodio (el primer suero que me pongo
en mi vida) y todo eso sucedía mientras dos simpáticas estudiantes del último
año de medicina me tomaban mis signos vitales por las dudas.
Yo no salía de mi asombro, he
llegado por mi propio esfuerzo, hice las cinco colas de exámenes y consultas
con mi accidente acuestas y mi dolor para que me dijeran que no corría ningún
riesgo mi vida pero no sabía que después de cumplida esa parte venía mi “gravedad
planificada”, sin ingestión de alimentos y retenido por muchas horas. ¡Doc, amigo, ¿por qué no me diste esa camilla cuando llegué posiblemente destripado?!.
Como esa
sala donde me “observarían” todo el tiempo estaba congestionada me dejaron en camilla
y la situaron en el pasillo entre un hidrate y un extintor; por lo que supongo
que el mayor temor de los médicos era que yo pudiese tener una combustión
espontánea a pesar de que ni siquiera tenía olor a gasolina.
Uno se encuentra
en cada situación a la gente que menos espera y allí estaba Víctor el loco con
un brazalete de la cruz roja. A Víctor lo conocí en el ejército, fuimos
destinados juntos a la aviación, yo como técnico de radio y él como mecánico de motor y fuselaje.
JosephHeller muy bien pudo inspirarse para uno de los personajes protagónicos de su
libro “Trampa 22” en un tipo como Víctor y para no apartarme mucho del tema
principal solo contaré que Víctor en la rampa de vuelo un día comenzó a hacer
alardes que de noche el podía identificar su avión a simple vista antes del aterrizaje y claro que lo
reconocía porque le había invertido las luces de navegación violando una regla internacional y como
resultado de este cambio parecía que el avión iba cuando en realidad, venía.
Realmente
era un orate, fanfarrón, charlatán, lleno de tics nerviosos y de palabra de
ráfaga; muchos años después vi a Víctor en un conjunto artístico donde él era
nada menos que el mago; luego trabajando en un supermercado pero siempre en todas partes haciendo magia para comer,
pues ahora estaba allí, en aquella sala de paramédico, camillero, ambulanciero,
mensajero o sabrá Dios.
Bendito loco viejo amigo que me acompañó en las
maniobras con el suero para ir al baño, me compró un jugo de pera y más tarde me
llevó a repetirme el ultrasonido.
Luego en mi camilla medio dormido escuché
una conversación entre una doctora y una enfermera de la sala, sobre un
traslado a psiquiatría, supongo que hablaban de un paciente pero me fui
preocupado porque no vi más a Víctor.
Pues allí no tan observado como pensaba
en mi camilla como modesta morada, conté muchas horas hasta que al final parece
no entraron más casos complicados de manera que las autoridades sanitarias
quedaran desocupadas y pudieran venir a darme la libertad o el alta médica, ya
no tendrían la desagradable tarea de estar observándome todo el tiempo,
seguramente habrán dicho con alivio, “bueno, ahora que lo observe su mujer si
le apetece”.
El sol ya se había ocultado
por completo cuando muy
hambriento, lastimado y adolorido
emprendí el camino de regreso a casa en mi potente y fiel tanque de guerra de dos ruedas.
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