domingo, 24 de noviembre de 2013

Vendedor Ambulante




Por casi veinte años pertenecí a una institución de élite, de prestigio, de vanguardia, de alta ética, una institución muy seria y parece que yo no era nada de eso porque un día me expulsaron; la causa de la expulsión, dicha de la manera más resumida posible fue “debilidad ideológica demostrada” y sobre eso algún día escribiré con todos los detalles bien dolorosos por cierto en el plano personal - familiar.
En esa institución devengaba un salario que se puede definir como “alto” y también tenía acceso a otras facilidades económicas, además, en ese entonces mi difunta primera esposa recibía una diminuta pensión por problemas de salud y vivíamos con nuestro hijo que era menor y estudiaba; para vivir en Cuba nuestra situación económica era satisfactoria.

 Casi de un día para otro mi “estatu quo” cambió de manera brusca, de pronto me vi en la calle sin trabajo, sin salario, sin conocer a nadie, sin tener lo que se llama “contactos” o relaciones sociales que me pudieran rápidamente buscar una ubicación laboral; sentía que la tierra se estaba abriendo e intentaba tragarme.

De la manera que salí por ahí entonces a buscar trabajo me recordaba aquellas viejas películas en blanco y negro, aquellos melodramas del cine de oro argentino o mexicano en que el protagonista se iba en las mañana de puerta en puerta buscando trabajo y regresaba en la tarde cada día más desanimado y pesimista.

A los lugares que iba me presentaba nada menos que como “Informático” cuando en realidad hoy, estoy lejos de ser un especialista en esas ciencias a pesar de mis 12 años de experiencia en el tema, ya se pueden imaginar que en aquel entonces solo era, en todo caso un operador de microcomputadoras; por suerte en las Empresas no se tenía bien claro que era un informático y hasta se pensaba que era un secretario más avispado que sabía usar las nuevas tecnologías de la información.

Al final, en una oficina a la que fui un día de esos, me propusieron pasar un curso de digitación para introducir o crear toda la base de datos del censo de población y vivienda que había concluido recientemente en el país, el curso duraba alrededor de cuatro meses; cuatro horas diarias y mientras duraba me pagarían una suma que era 5 pesos menos que lo que le pagaban a mi esposa en su pensión.

Al menos ya era algo y algo es siempre más que nada y aquello podía tener perspectivas con un poco de fe y optimismo en el futuro porque al terminar la preparatoria sería plantilla; lo malo era que mientras esperaba tiempos mejores y terminaba el aprendizaje, todos los días había que seguir comiendo algo y no era solo yo el que necesitaba alimentos en mi hogar y aquella paga era como una mesada escolar hasta que arrancara el trabajo en serio.

Entonces entré a la clandestinidad laboral; la hermana de alguien que era amiga de un amigo de otro con conexiones, me introdujo en un negocio subterráneo, mercado negro que por desgracia no era de piedras preciosas ni de marfil; simplemente consistía (supongo) en que alguien sustraía las materias primas de industrias de perfumería y cosmético en la capital y tenía su propia mini industria casera o chinchal de cuatro quilos, un verdadero alquimista cubano que podía ganar un par de miles al día.

El producto era champú y acondicionador para cabello; calidad óptima que competía con la verdadera industria; gran variedad y presentación de primera línea, envasados en los frascos originales con sus etiquetas originales, un producto garantizado.

Realmente me hicieron un favor porque el “cocinero” no tenía necesidad de nuevos vendedores, era una ayuda para que “levantara cabeza”; me dejaba el frasco de 750 ml en 12.00 pesos y yo los vendía a 25; en las tiendas en moneda convertible ese mismo frasco podía valer casi el doble.

Uno de los problema de este negocio era ir a buscar el producto a casi cuarenta kilómetros de mi casa, cuarenta kilómetros de carretera de pésimo transporte o a veces inexistente, viajar de esa manera era como intentar llegar a Moscú o Japón a caballo y puede que también más azaroso; si a todo esto le añadimos controles policiales a los que no sabrás explicarle muy bien de donde has sacado 15 o 20 frascos de aquellos, el asunto se complicaba un poco más.

En esa época había un resurgimiento de los vendedores ambulantes en todo el país pero sin ningún tipo de autorización, todos fuera de la ley y desgraciadamente a pesar de que la mayoría de la gente necesitaba de ellos, no dejaban de ser vistos con cierta ojeriza o tratados con algún desprecio.

Aquellos grandes cambios en mi vida, digerir la transformación que estaba ocurriendo conmigo, asimilar psicológicamente que un día tenía determinado nivel social reconocido y al otro andaba de vendedor ambulante fue algo muy difícil, honestamente y siguiendo las normas morales a veces invisibles que impone la sociedad, me sentía muy avergonzado y extrañamente culpable, no era nada fácil para mi, aceptar el reto y cada día hubiera querido salir como el vendedor enmascarado pero como no me quedaba más remedio y de hacerlo dando la cara, parecía siempre que la mochila me pesaba el doble.

Por eso no pregonaba mi producto, creo que fui una rara excepción dentro de ese grupo donde el pregón lo es casi todo y además te identifica; la técnica era otra, mi esposa me acompañaba y ella con su perfecta dicción, su correcto español y buena educación gracias a sus estudios de locutor para televisión, tocaba a cada puerta ofreciendo el producto.
Pronto nos hicimos de buena clientela, siempre en la periferia Este de la ciudad Pinar del Río, nunca a menos de un par de kilómetros de casa, me moría si los vecinos se enteraban lo que estábamos haciendo para vivir.

Como mi curso era de cuatro horas diarias el resto era para andar y andar muchas millas a pie, a veces salíamos con algo de comer y un pomo grande de limonada o solo agua.

Fue increíble la experiencia de muchas maneras, de como aprendes el oficio y un motón de habilidades con psicología social incluida, de asuntos de mercado, de créditos blandos y duros, de clientes malos y buenos, de gente de campo con corazón de oro que tranquilamente te invitan a comer de su poca comida o te invitan a pasar un aguacero en la sala de su casa; ves cosas, ves gente en situaciones muy malas y otros con poder que casi te amenazan.

Vendimos en Monte king, Crucero de Maceo, carretera Central hasta la Conchita y Entronque de Ovas; también fuimos sumando algunos productos menores que adquiríamos en las tienda en divisa como detergente y jabones y luego vendíamos en moneda nacional con una ganancia mínima razonable porque era servicio a domicilio con cambio de moneda incluido.

En Monte king descubrimos un grupo grande de alquimistas de otro tipo (y dejen que digan que los pinareños son bobos porque ese ha sido el mejor invento del diablo, hacer creer que no existe). Estos alquimistas fabricaban puré de tomate sin tomates; era gracioso ver en casi todas las casas en la mañana fuegos encendidos en el patio hirviendo agua en grandes cazuelas con montones de calabazas apiladas; era tan curioso que tuvimos que preguntar. 

Con algún componente industrial que también se extraía de fábricas de conservas cercanas; colorantes y saborizantes de mucha calidad se hacía un brebaje rojo como tomate con sabor a la mejor salsa de tomate del mundo, vaya que ni las italianas, solo que el “cuerpo”, el pollo del arroz, era calabaza y eso envasado en pomos de un litro era vendido en Ciudad de la Habana a precio de 25 pesos (CUP) o su equivalente en pesos convertibles.

Para que ningún capitalino se sienta ofendido podemos pensar que en La Habana quien compraba aquel puré de “tomate” seguramente eran los de provincias que allá se han ido a vivir.

Mi hijo también salía a vender con su mamá cuando yo no podía pero a zonas más cercanas, eso fue bueno, muy bueno en su formación. Siempre es mejor que un hijo no pase por estas necesidades pero ya que tiene que hacerlo tiene la ventaja que lo hace madurar, crecer, aprende lo que es sudar para comer, además ya no era un infante.

A casa llegábamos extenuados de caminar pero siempre se ganaba y a veces bastante, estábamos comiendo mucho mejor que antes y sobre todo perdimos el miedo a estar un día sin dinero porque sabíamos con certeza que al otro podían entrar a tu bolsillo 200 ó 500 pesos, casi salidos de la nada; podías ser más osado porque no dependías de un salario, de un día específico para cobrar, todos los días cobrábamos, aprendimos más de economía porque era la economía práctica, la de la calle, la de cada día pero además, llevábamos la contabilidad en libro hasta el último centavo por si acaso.

En determinado momento hasta contratamos a una empleada cosa que nos hacía divertirnos mucho porque ya con personal contratado no éramos poca cosa, en realidad solo era un pequeño servicio que pagábamos. Sucedió que los frascos comenzaron a ponerse difíciles al igual que las etiquetas; la opción era la compra a granel del producto y envasarlo con medios propios, entonces conocimos a una mujer, casi una anciana que vivía cerca de un tiradero de basura, muy pobre, muy atenta y le dimos trabajo. Nos buscaba los pomos adecuados, los limpiaba, los fregaba y nosotros le pagábamos por ello y como éramos para ese tiempo bien conocidos, no necesitábamos de etiquetas ni otra rimbombancia, la calidad siempre es la mejor propaganda.

No todo fue color de rosas, a veces daba un viaje buscando el producto y no había y tenía que regresar con las manos vacías, una inversión perdida en gastos de viaje y esfuerzo pero sobre todo, regresar sin tener que vender por unos días.

En una ocasión cargaba 12 pomos de acondicionador para cabello regresando de casa del proveedor (él y su esposa hoy viven en Miami y me imagino que no vivan tan bien como lo hacían aquí que tenían hasta empleada doméstica) y desesperado por llegar a casa me arriesgué mucho y cometí el grave error de tomar un ómnibus procedente de la capital y esos siempre están marcados y son de mucho interés policial, pues antes de llegar a Pinar, casi entrando a la ciudad la policía lo detuvo para revisar y me registraron mi mochila; me bajaron del transporte delante de las miradas de todos y me llevaron a la patrulla, fui tratado con respeto todo el tiempo pero mi explicación de que había adquirido aquel producto en la calle “Monte” de la capital con el objetivo de vender algunos y otros para mi familia era medio intragable sobre todo porque no tenía ninguna evidencia documental.

Cargaron conmigo para la estación de policía a pesar que casi les imploré que me dieran un chance. Realmente un rato muy malo verse en un carro policial por primera vez y pensar la manera de manejar aquello para que en casa no se enteraran, sobre todo mi esposa con un serio problema cardiaco.

Me lo decomisaron todo y como no tenía antecedentes de ningún tipo solo me impusieron una multa menor; por suerte la mochila no me la decomisaron porque ella sería la encargada de buscar el dinero para recuperar aquellas pérdidas.

Por eso hoy me molesta tanto que los niños y hasta los adultos le hagan jaranas y burlas a los pregones de los vendedores o que la gente los maltrate o que les nieguen un vaso de agua o que los llamen sin la menor intención de comprar, solo para curiosear y manosearles el producto y sobre todo hacerlos perder tiempo después de muchas, muchas leguas por andar.

Me duele ver que un domingo en la tarde estén vendiendo porque ni ese pedazo de día se toman para descansar; me duele ver como casi debajo de un huracán salen desesperados por vender alguna cosa porque son los cuatro pesos que necesitan para comer ese día.

A pesar de los millones de libros vendidos, Paulo Coelho no es un escritor de mi preferencia, al principio si, cuando me leí el primero pero cuando fue el segundo y el tercero mi preferencia cesó, hay una repetición de situaciones en cada uno de ellos, una mermelada de guayaba literaria, una melcocha agridulce que no me agrada del todo. 

Sin embargo en esta ocasión me debo quitar el sombrero ante él, ese mismo que usé para el sol por los caminos de mis ventas porque reconozco o identifico en las cosas que me pasaron esa telaraña de acontecimientos, de vaivenes de la vida en los que él es un maestro explicando y narrando; cosas que te muestran las altas y bajas de este mundo y lo engañosas que pueden ser dichas categorías, porque en el camino de búsqueda de tus objetivos, de soluciones a tus problemas, siempre creces y siempre te fortaleces, incluso, aunque no encuentres la respuesta esperada, porque la búsqueda interior es la que más aporta a tu condición humana.

Este suceso no lo he narrado como algo únicamente que pertenece al pasado porque nunca sabemos que pasará mañana.


Bibliografía empleada.
Manual por escribir del caminante y vendedor ambulante

Foto:miselaneasdecuba.net

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