Por casi veinte años pertenecí a una institución de
élite, de prestigio, de vanguardia, de alta ética, una institución muy seria y parece
que yo no era nada de eso porque un día me expulsaron; la causa de la
expulsión, dicha de la manera más resumida posible fue “debilidad ideológica demostrada”
y sobre eso algún día escribiré con todos los detalles bien dolorosos por
cierto en el plano personal - familiar.
En esa institución devengaba un salario que se puede
definir como “alto” y también tenía acceso a otras facilidades económicas, además,
en ese entonces mi difunta primera esposa recibía una diminuta pensión por
problemas de salud y vivíamos con nuestro hijo que era menor y estudiaba; para
vivir en Cuba nuestra situación económica era satisfactoria.
Casi de un día para otro mi “estatu quo” cambió de manera
brusca, de pronto me vi en la calle sin trabajo, sin salario, sin conocer a
nadie, sin tener lo que se llama “contactos” o relaciones sociales que me
pudieran rápidamente buscar una ubicación laboral; sentía que la tierra se
estaba abriendo e intentaba tragarme.
De la manera que salí por ahí entonces a buscar trabajo
me recordaba aquellas viejas películas en blanco y negro, aquellos melodramas del
cine de oro argentino o mexicano en que el protagonista se iba en las mañana de
puerta en puerta buscando trabajo y regresaba en la tarde cada día más
desanimado y pesimista.
A los lugares que iba me presentaba nada menos que como
“Informático” cuando en realidad hoy, estoy lejos de ser un especialista en
esas ciencias a pesar de mis 12 años de experiencia en el tema, ya se pueden
imaginar que en aquel entonces solo era, en todo caso un operador de microcomputadoras;
por suerte en las Empresas no se tenía bien claro que era un informático y
hasta se pensaba que era un secretario más avispado que sabía usar las nuevas
tecnologías de la información.
Al final, en una oficina a la que fui un día de esos, me
propusieron pasar un curso de digitación para introducir o crear toda la base
de datos del censo de población y vivienda que había concluido recientemente en
el país, el curso duraba alrededor de cuatro meses; cuatro horas diarias y
mientras duraba me pagarían una suma que era 5 pesos menos que lo que le
pagaban a mi esposa en su pensión.
Al menos ya era algo y algo es siempre más que nada y
aquello podía tener perspectivas con un poco de fe y optimismo en el futuro
porque al terminar la preparatoria sería plantilla; lo malo era que mientras
esperaba tiempos mejores y terminaba el aprendizaje, todos los días había que seguir
comiendo algo y no era solo yo el que necesitaba alimentos en mi hogar y
aquella paga era como una mesada escolar hasta que arrancara el trabajo en
serio.
Entonces entré a la clandestinidad laboral; la hermana de
alguien que era amiga de un amigo de otro con conexiones, me introdujo en un
negocio subterráneo, mercado negro que por desgracia no era de piedras
preciosas ni de marfil; simplemente consistía (supongo) en que alguien sustraía
las materias primas de industrias de perfumería y cosmético en la capital y
tenía su propia mini industria casera o chinchal de cuatro quilos, un verdadero
alquimista cubano que podía ganar un par de miles al día.
El producto era champú y acondicionador para cabello;
calidad óptima que competía con la verdadera industria; gran variedad y
presentación de primera línea, envasados en los frascos originales con sus
etiquetas originales, un producto garantizado.
Realmente me hicieron un favor porque el “cocinero” no
tenía necesidad de nuevos vendedores, era una ayuda para que “levantara cabeza”;
me dejaba el frasco de 750 ml en 12.00 pesos y yo los vendía a 25; en las
tiendas en moneda convertible ese mismo frasco podía valer casi el doble.
Uno de los problema de este negocio era ir a buscar el
producto a casi cuarenta kilómetros de mi casa, cuarenta kilómetros de
carretera de pésimo transporte o a veces inexistente, viajar de esa manera era
como intentar llegar a Moscú o Japón a caballo y puede que también más azaroso;
si a todo esto le añadimos controles policiales a los que no sabrás explicarle
muy bien de donde has sacado 15 o 20 frascos de aquellos, el asunto se
complicaba un poco más.
En esa época había un resurgimiento de los vendedores ambulantes
en todo el país pero sin ningún tipo de autorización, todos fuera de la ley y
desgraciadamente a pesar de que la mayoría de la gente necesitaba de ellos, no
dejaban de ser vistos con cierta ojeriza o tratados con algún desprecio.
Aquellos grandes cambios en mi vida, digerir la
transformación que estaba ocurriendo conmigo, asimilar psicológicamente que un
día tenía determinado nivel social reconocido y al otro andaba de vendedor
ambulante fue algo muy difícil, honestamente y siguiendo las normas morales a
veces invisibles que impone la sociedad, me sentía muy avergonzado y
extrañamente culpable, no era nada fácil para mi, aceptar el reto y cada día hubiera
querido salir como el vendedor enmascarado pero como no me quedaba más remedio
y de hacerlo dando la cara, parecía siempre que la mochila me pesaba el doble.
Por eso no pregonaba mi producto, creo que fui una rara
excepción dentro de ese grupo donde el pregón lo es casi todo y además te
identifica; la técnica era otra, mi esposa me acompañaba y ella con su perfecta
dicción, su correcto español y buena educación gracias a sus estudios de
locutor para televisión, tocaba a cada puerta ofreciendo el producto.
Pronto nos hicimos de buena clientela, siempre en la
periferia Este de la ciudad Pinar del Río, nunca a menos de un par de kilómetros
de casa, me moría si los vecinos se enteraban lo que estábamos haciendo para
vivir.
Como mi curso era de cuatro horas diarias el resto era
para andar y andar muchas millas a pie, a veces salíamos con algo de comer y un
pomo grande de limonada o solo agua.
Fue increíble la experiencia de muchas maneras, de como
aprendes el oficio y un motón de habilidades con psicología social incluida, de
asuntos de mercado, de créditos blandos y duros, de clientes malos y buenos, de
gente de campo con corazón de oro que tranquilamente te invitan a comer de su poca
comida o te invitan a pasar un aguacero en la sala de su casa; ves cosas, ves
gente en situaciones muy malas y otros con poder que casi te amenazan.
Vendimos en Monte king, Crucero de Maceo, carretera
Central hasta la Conchita
y Entronque de Ovas; también fuimos sumando algunos productos menores que
adquiríamos en las tienda en divisa como detergente y jabones y luego vendíamos
en moneda nacional con una ganancia mínima razonable porque era servicio a
domicilio con cambio de moneda incluido.
En Monte king descubrimos un grupo grande de alquimistas
de otro tipo (y dejen que digan que los pinareños son bobos porque ese ha sido
el mejor invento del diablo, hacer creer que no existe). Estos alquimistas
fabricaban puré de tomate sin tomates; era gracioso ver en casi todas las casas
en la mañana fuegos encendidos en el patio hirviendo agua en grandes cazuelas
con montones de calabazas apiladas; era tan curioso que tuvimos que preguntar.
Con algún componente industrial que también se extraía de
fábricas de conservas cercanas; colorantes y saborizantes de mucha calidad se
hacía un brebaje rojo como tomate con sabor a la mejor salsa de tomate del
mundo, vaya que ni las italianas, solo que el “cuerpo”, el pollo del arroz, era
calabaza y eso envasado en pomos de un litro era vendido en Ciudad de la Habana a precio de 25 pesos
(CUP) o su equivalente en pesos convertibles.
Para que ningún capitalino se sienta ofendido podemos
pensar que en La Habana
quien compraba aquel puré de “tomate” seguramente eran los de provincias que
allá se han ido a vivir.
Mi hijo también salía a vender con su mamá cuando yo no
podía pero a zonas más cercanas, eso fue bueno, muy bueno en su formación. Siempre
es mejor que un hijo no pase por estas necesidades pero ya que tiene que hacerlo
tiene la ventaja que lo hace madurar, crecer, aprende lo que es sudar para
comer, además ya no era un infante.
A casa llegábamos extenuados de caminar pero siempre se
ganaba y a veces bastante, estábamos comiendo mucho mejor que antes y sobre
todo perdimos el miedo a estar un día sin dinero porque sabíamos con certeza
que al otro podían entrar a tu bolsillo 200 ó 500 pesos, casi salidos de la
nada; podías ser más osado porque no dependías de un salario, de un día
específico para cobrar, todos los días cobrábamos, aprendimos más de economía
porque era la economía práctica, la de la calle, la de cada día pero además,
llevábamos la contabilidad en libro hasta el último centavo por si acaso.
En determinado momento hasta contratamos a una empleada
cosa que nos hacía divertirnos mucho porque ya con personal contratado no
éramos poca cosa, en realidad solo era un pequeño servicio que pagábamos. Sucedió
que los frascos comenzaron a ponerse difíciles al igual que las etiquetas; la
opción era la compra a granel del producto y envasarlo con medios propios,
entonces conocimos a una mujer, casi una anciana que vivía cerca de un tiradero
de basura, muy pobre, muy atenta y le dimos trabajo. Nos buscaba los pomos
adecuados, los limpiaba, los fregaba y nosotros le pagábamos por ello y como
éramos para ese tiempo bien conocidos, no necesitábamos de etiquetas ni otra
rimbombancia, la calidad siempre es la mejor propaganda.
No todo fue color de rosas, a veces daba un viaje buscando
el producto y no había y tenía que regresar con las manos vacías, una inversión
perdida en gastos de viaje y esfuerzo pero sobre todo, regresar sin tener que
vender por unos días.
En una ocasión cargaba 12 pomos de acondicionador para
cabello regresando de casa del proveedor (él y su esposa hoy viven en Miami y
me imagino que no vivan tan bien como lo hacían aquí que tenían hasta empleada
doméstica) y desesperado por llegar a casa me arriesgué mucho y cometí el grave
error de tomar un ómnibus procedente de la capital y esos siempre están
marcados y son de mucho interés policial, pues antes de llegar a Pinar, casi
entrando a la ciudad la policía lo detuvo para revisar y me registraron mi
mochila; me bajaron del transporte delante de las miradas de todos y me
llevaron a la patrulla, fui tratado con respeto todo el tiempo pero mi
explicación de que había adquirido aquel producto en la calle “Monte” de la capital
con el objetivo de vender algunos y otros para mi familia era medio intragable
sobre todo porque no tenía ninguna evidencia documental.
Cargaron conmigo para la estación de policía a pesar que
casi les imploré que me dieran un chance. Realmente un rato muy malo verse en
un carro policial por primera vez y pensar la manera de manejar aquello para
que en casa no se enteraran, sobre todo mi esposa con un serio problema
cardiaco.
Me lo decomisaron todo y como no tenía antecedentes de
ningún tipo solo me impusieron una multa menor; por suerte la mochila no me la
decomisaron porque ella sería la encargada de buscar el dinero para recuperar aquellas
pérdidas.
Por eso hoy me molesta tanto que los niños y hasta los
adultos le hagan jaranas y burlas a los pregones de los vendedores o que la
gente los maltrate o que les nieguen un vaso de agua o que los llamen sin la
menor intención de comprar, solo para curiosear y manosearles el producto y
sobre todo hacerlos perder tiempo después de muchas, muchas leguas por andar.
Me duele ver que un domingo en la tarde estén vendiendo
porque ni ese pedazo de día se toman para descansar; me duele ver como casi
debajo de un huracán salen desesperados por vender alguna cosa porque son los
cuatro pesos que necesitan para comer ese día.
A pesar de los millones de libros vendidos, Paulo Coelho
no es un escritor de mi preferencia, al principio si, cuando me leí el primero
pero cuando fue el segundo y el tercero mi preferencia cesó, hay una repetición
de situaciones en cada uno de ellos, una mermelada de guayaba literaria, una
melcocha agridulce que no me agrada del todo.
Sin embargo en esta ocasión me debo quitar el sombrero
ante él, ese mismo que usé para el sol por los caminos de mis ventas porque
reconozco o identifico en las cosas que me pasaron esa telaraña de
acontecimientos, de vaivenes de la vida en los que él es un maestro explicando
y narrando; cosas que te muestran las altas y bajas de este mundo y lo
engañosas que pueden ser dichas categorías, porque en el camino de búsqueda de tus
objetivos, de soluciones a tus problemas, siempre creces y siempre te fortaleces,
incluso, aunque no encuentres la respuesta esperada, porque la búsqueda
interior es la que más aporta a tu condición humana.
Este suceso no lo he narrado como algo únicamente que pertenece al pasado porque nunca sabemos que pasará mañana.
Este suceso no lo he narrado como algo únicamente que pertenece al pasado porque nunca sabemos que pasará mañana.
Bibliografía empleada.
Manual por escribir del caminante y vendedor ambulante
Foto:miselaneasdecuba.net
Foto:miselaneasdecuba.net
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