Amalia cumplía cuatro años y dos o tres
días antes no había nada preparado
excepto un poco de helado que a bajo precio, tan bajo como la propia calidad
del mismo, se almacenaba en casa de un vecino y unos 10 globos también a precio
de rebaja y soplados a pulmón.
Amalia sabe de cumpleaños, le encantan
los cumpleaños, sean ajenos o propios y cuando es de alguien en el barrio se
encarga de anunciarlo a cuanto visitante llega a su casa o simples personas de
paso en el camino que le dirijan la palabra.
Amalia fue concebida una noche de
diciembre muy cerca del territorio estadounidense, sus padres no andaban por Canadá
ni por México pero se estaban quedando a solo cruzar la calle de la Oficina de
Interese de los Estados Unidos en la Habana, el árbol gigante de navidad en ese
lugar, con sus tintineos lumínicos, contrastaba con los tambores de los devotos
de San Lázaro (Babalú ayé) que rendían homenaje al Santo mendigo, siempre seguido
de sus perros, curiosamente Amalia nacía luego un día 17.
En el amanecer del onomástico de mi niña
dudábamos si le hacíamos saber o no, porque no contábamos con ningún
preparativo ni regalo, no solo era la estrecha situación económica, era la carencia
además de recursos en lugares claves como dulcerías y panaderías, porque sin
torta de cumpleaños, no hay cumpleaños.
Pues tres días antes no habían huevos en
la dulcería de encargo, ni veinticuatro horas antes y solo el mismo día,
aparecieron aquellas gloriosas posturas que pusieron unas muy dignas y abnegadas
gallinas, entonces, se pudo encargar el cake,
ese molesto anglicismo (a la palabra me refiero logicamente), tremendamente innecesario
con que todavía tradicionalmente los cubanos nombramos la mencionada torta o
pastel de cumpleaños que tampoco tiene nada que ver con esa banda musical de Sacramento, California.
Mi cake era de harina pastelera, huevos,
azúcar y alguna mermelada pero cuando lo fui a buscar a la hora acordada, pareciese
que venía de Sacramento, Califronia porque todavía no estaba listo y me
dijeron, “venga dos hora más tarde”, poniendo contra reloj otras jugadas en el
tablero.
El regalo fue otro de los problemas, el
cual decidimos fuese un juguete, ¡menuda tarea para bolsillos exhaustos!, entonces
se retuvo el pago de la electricidad del mes y se postergó el pago del círculo
infantil hasta la llegada de algún milagro o más bien de Milagro, la amiga de
la comunidad cubana en el exterior, con alguna ayuda antes del fin del mes.
Camina que te camina tiendas, revisa que
te revisa precios y opciones; el techo operativo no podía superar los tres
dólares a los sumo, pero el juguete tenía que aparentar, dar la ilusión que
eran muchos juguetes en uno y así di con una pequeña muñeca media desgreñada
rodeada de plásticos en forma de peinetas, espejitos y otros enceres que
supuestamente usan las niñas, las mamás y las mujeres en su embellecimiento.
Estaba conforme porque aunque había
otras, muchas otras mejores opciones para hijas de otros padres, pensé en qué
de todas formas a los hijos no le dan la posibilidad de escoger sus progenitores
y eso también es aplicable al resto de las necesidades de consumo, todo venía
incluido con el paquete “papás”.
Este cumpleaños, horas antes no tenía
invitados, no se podía correr el riesgo de invitar a nadie para darle u
ofrecerle nada y así el reloj iba
avanzando de a poco y la soleada tarde de verano, iba cayendo.
Una vecina me hizo una pasta para panecillos
inexistente que durante la espera de la torta, casi aparecieron solos pero es
una historia de lenguaje muy fuerte para contarse aquí, apta únicamente para
adultos.
Y así entre retazos y golpes de suerte
fue apareciendo una sencilla celebración que data desde muchos siglos atrás, posiblemente
desde antes de los Faraones, los que
cerraban negocios y daban tremendos banquetes el día señalado.
Los invitados versión “aparición
instantánea” cumplieron su papel con premura en la llegada y más aún, en la ida
porque una tormenta local medianamente severa los alejó sin mucha sobremesa
después de engullir torta, helado, galletas, bocaditos y refresco pintatripas.
Lo realmente importante y que mereció
todo el sacrificio del mundo fue que mi niña estaba muy feliz, rodeada de amiguitos,
deleitando golosinas, con su regalo; nunca supo o sabrá de cuantos malabares estaba
compuesto aquel pequeño circo que a coro desafinado entonó lleno de júbilo las
notas de “cumpleaños feliz….”
Nota: Nos gusta
mucho el equipo de football de Brasil pero no tanto como para poner sus colores
en la torta de cumpleaños de mi hija, créame, no había otros colores
Fuentes consultadas:
http://es.wikipedia.org
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