lunes, 7 de octubre de 2013

Regresando a Nuevo Miraflores

Hay una linda chica cubana  que se nombra Yaima Puig Meneses,  periodista , muy buena (en mi opinión) como escritora y recientemente ha publicado en su blog (y otros medios se hicieron eco) un ensayo, una prosa casi poesía, bella realmente, me gustó mucho; su título es “Regresar”  y que  recomiendo se lean, sobre todo por la frescura juvenil  que porta, cargadita de sueños, una letra que va chorreando felicidad en cada reglón, me alegro mucho por ella, aunque no estoy del todo de acuerdo, al paso del tiempo todo cambia, el cambio es perenne, es eterno y no siempre uno encuentra lo que espera.


Una vez hace muchos, muchos años, unos amigos acogieron a mi esposa y a mí en su casa, en la Habana a raíz del delicado estado del embarazo de mi esposa; por ese entonces además, ellos estaban planeando irse definitivamente de Cuba y a cada rato nos comentaban que si se iban no regresarían jamás.

Yo realmente no podía entender esto, no lo concebía, era inexplicable para mis conceptos de entonces de terruño, familia, amigos y esas cosas. Como respetuoso huésped no me atrevía a comentar o preguntar sobre el asunto, no eran tan allegados o íntimos como para eso, lo eran más de mi esposa.

Allá por el reparto Sevillano viví los últimos meses de aquel embarazo y nos ayudaron mucho, se ganaron mi afecto y mi cariño, en fin, convivimos; creo que mis primeras experiencias paternales fueron con su hija mayor que comenzaba en la enseñanza primaria y la acompañaba algunas mañanas hasta su aula.

Después del nacimiento de mi hijo regresamos con nuestra familia a Pinar del Río, unos meses después visitamos el Sevillano e hicimos un viaje con ellos al Parque “Lenin”, viaje que se convirtió en despedida; esa fue la última vez que nos vimos, no han regresado hasta hoy que sepa yo, cumpliendo con su palabra, tampoco hemos tenido comunicación, sé por familiares acá que tuvieron otro niño, que ese y la chiquilla que acompañaba a la escuela ya son adultos mientras escribo estas líneas.

 Durante mucho tiempo los tuve “atravesados” en mi cabeza pero un día, después de mis propios “regresos”, intenté ponerme en sus zapatos, en entenderlos y comparar su decisión con algunas experiencias que he tenido en mi propia vida.

Nací en la Habana, por accidente o por vacacionista; la familia materna estaba asentada por completo en la capital  y desde que tuve uso de razón y vacaciones escolares no hubo una de esas que no permaneciera con mis primos, al menos una quincena como mínimo por allá en un reparto alejado del centro, un barriecito casi en la periferia Sur, una esquina grande donde se cortaban dos líneas férreas, una cafetería, una escuela, un   pequeño mercado y por último un riachuelo que se desbordaba con cada aguacero, pero el lugar contaba con todo lo demás que necesita,  primero un niño, adolescente después y más tarde un joven, porque hasta los 20 estuve frecuentando aquel lugar y los últimos dos años fueron viviendo allí prácticamente.

Era el lugar de los “planes de la calle” (a mis contemporáneos no tengo que explicarle) pero para los más jóvenes eran actividades infantiles de recreación, competencias y golosinas; y luego, más tarde ya mayorcito, las fiestecitas (motivitos) a media luz en casa de fulano y mengano con música de Chicago, los Bee Gees, Roberto Carlos, etc.

 Aquel barrio de seis cuadras a lo sumo y mal aspecto era mi paraíso, mi escape secreto al terminar el año escolar, allá tenía un montón de amigos, casi otro montón de primos pues mi familia ocupaba tres casas en ese reparto y una cuarta bastante cerca. Siempre me sentía en aquellas calles como en mi monte, conocía y me conocían, andaba solo por el barrio y los padres de mis amigos me saludaban y me preguntaban por mis viejos, por la escuela; aquel lugar era aventura y complicidad, era historia, eran raíces, era mi otro barrio.

Faltaba mucho para los 90 pero llegaron y yo ya frecuentaba Nuevo Miraflores de quinquenio en quinquenio, de honra fúnebre familiar en otra…

Mi familia comenzó a desaparecer, los más viejos para el Campo Santo, los más nuevos para otros lugares de este mundo; mis amigos también tomaron otros rumbos, no queda casi nadie; el barrio nunca mejoró su maltrecho aspecto y con los años los baches de sus calles se fueron convirtiendo en cráteres gigantes y sus aceras destrozadas.

El reparto con su pintoresco nombre únicamente conservó un olor que no he sentido en otro lugar, un olor que no puedo describir, no es fragancia,  no es algo nauseabundo, sencillamente lo identifica y conservó también más o menos la geometría para que sepas que estás donde mismo hace muchos años.

Mi querida Yaima, sinceramente siento envidia de ti al no poder sentir lo que sientes porque cuando yo vuelvo a ese lugar que forma parte importante de mis raíces, el corazón se me aprieta como no imaginas y hago mi visita de manera consciente y práctica para que no duela tanto;  camino aquellas calles cuando tengo por obligación que ir, como alma en pena, finjo la mejor de mis sonrisas al llegar a la única casa de mi familia que queda por allí, una casa donde ya no está, sobre todo, mi tío Miguel que fue la alegría cubana y la nobleza en persona, mi tío que sin importar nunca lo apretado que estuvieran,  siempre me acogió como un padre; peor al irme, pues me voy con el saco lleno de recuerdos gratos y el contraste de la realidad que me rodea.

Entonces pienso en muchos de los que decidieron nunca más volver y créeme que los entiendo a pesar de que no logro aceptar sus decisiones y mientras más tiempo pasa sin que regresen, tiende a ser  más crónico el problema y se ponen más distantes.

No es por supuesto una situación absoluta o general, más bien particular pero cosas y vivencias que les sucedieron a muchos, hace que “regresar” nunca sea una de las mejores opciones, sobre todo por la imagen que tal vez se llevaron y el temor de lo que puedan o no encontrar de la misma porque la foto mental que hicimos de lugares y personas solo permanecerá estática en nuestro recuerdo, en la vida como comentaba al principio, todo cambia y aunque lo sepamos duele tener que aceptarlo, sobre todo cuando los cambios, marcan retroceso o carencia de algo.

Hay gente que le va tan mal por ahí y tienen tanta añoranza que necesitan regresar desesperadamente y con frecuencia para reafirmarse y asegurarse que tomó la mejor decisión en el pasado.

Hay gente que prefiere quedarse con esa foto de la última vez, yo en lo particular aunque me duela quiero vivir y la vida es ahora, este instante, ni ayer, ni mañana.


¿Y usted que haría?

3 comentarios:

  1. Genial y sencillo. Estamos en cada una de esas lineas. Yo prefiero regresar... disfruto regresar!!. Pocas cosas me placen tanto como caminar por la calle Marti.

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  2. ... lo q escribes y como lo haces.
    Me identifico con cada línea como si estuvieses, de alguna forma, hablando de mi persona, como si expusieras mis vivencias (y creo q disfruto cuando hablas de mi, mas q cuando doblo por El Fuego)... jajaja.
    La verdad es q has escrito sobre temas q tocan a muchas personas y seguirás haciendo buenas elecciones a la hora de escribir.
    Me gusta q estés ahí... haciendo lo q te gusta y dejándome hacer lo q me gusta... leerte..

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  3. me quede casi sin palabras después de esta lectura, siento una sensación de nostalgia que muchos han experimentados, todos tenemos que dejar muchas cosas atrás, cosas que te traen tristeza y otras alegría. yo prefiero regresar, solo para recordar que ya no es mi lugar, pero fue un escalón para llegar a donde ahora estoy.

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