jueves, 31 de octubre de 2013

Carretero



Marca para las reses de Ramón
Ramón no fue un “war heroe” pero si un gran guajiro, él no hizo descubrimiento sobresaliente en ninguno de los campos de la ciencia pero mucho campo que desandó por este mundo doblando el lomo de sol a sol. La historia de Ramón ni siquiera es diferente a la de muchos pero brevemente se las voy a contar.

Me dicen  que había nacido por Matanzas, tal vez en Agramonte, por aquel triste año  de la caída del Titán; no le temía al trabajo y sabía leer y escribir, atributos raros para gente humilde en los albores  del siglo XX cubano.

 Trabajaba de administrador en una finca dedicada al cultivo de la caña de azúcar y vivía con la holgura necesaria para atreverse  a pedir en matrimonio a Juana González la que fuera por muchos años su esposa y la madre de sus nueve hijos.

 En 1923 el dueño de la finca donde trabajaba, decide comprar otras tierras al Norte de la provincia de Pinar del Río y enviarlo a encargarse de aquella nueva propiedad y para la finca “San Joaquín”, en las cercanías de Las Posas, Bahía Honda, va la familia con la mayoría de los hijos ya nacidos.

El hombre del dinero y de las fincas no era un buen negociante, más bien un dilapidador y derrochador de fortunas que solo dirigía sus negocios desde las mesas de juego, cargado de deudas y sin preocuparse mucho de tierras, de campos y mucho menos de empleados.

Al principio todo marcha viento en popa en Pinar, los resultados del trabajo son buenos pero hay problemas de liquidez para el pago a los empleados y Ramón comete el noble error de comenzar a pagar algunas cosas de su propio bolsillo sin avizorar la bancarrota colosal que se le venía encima, las deudas eran tales que todo se pierde.

Ramón se quedó sin un centavo y muchas bocas que alimentar, la única opción fue su yunta de bueyes y su carretón, comenzar a cargar caña durante las zafras ganando veinte centavos diarios y luego, en el tiempo muerto en lo que apareciera.

Viajaba  decenas de kilómetros en sus carretas con la carga que conseguía, salía de madrugada y llegaba a los destinos bien entrada la noche y  muchas de esas sin probar bocado, casi siempre solo, otras lo acompañaba alguno de los muchachos; uno de ellos cuenta que un 24 de diciembre,  “noche buena” llegaron a un lugar ya de noche después de todo un día de camino con una carga de pavos y entonces allí  le dijeron que no era para ese sitio, era para la playa El Morrillo y sin perder un segundo, para allá enfilaron los animales de tiro; otras tantas leguas más por un camino en total oscuridad. 

Chirridos rítmicos e hipnotizantes de tensas sogas y viejas correas, de nudos, de madera rozando con madera, con bestias, con hombres; hombres y bestias cansados y hambrientos, tragados por la noche y las necesidades. En la costa los esperaba un yate donde casi desfallecidos llegaron pasadas las once.

Gran suerte que en aquel lugar les dieran de comer; me pregunto cómo sería el hambre de ese día cuando el compañero de faena de Ramón tenía apenas diez años de edad y hoy me cuenta con más de nueve décadas y no olvida el “¡tremendo!” muslo de pavo que le dieron en esa comida.

Del  lugar donde vivían tienen  que irse, son echados por los dueños y se van para “La Josefa” una finca que pertenecía a Eduardo Montalvo (padre), ex oficial del ejército con fama de sinvergüenza, ladrón y abusador; allá se instalaron, en una choza mal encabada que aduras penas se sostenía y con el típico piso de tierra.

Un tiempo después la “vivienda” se hizo aún más chica cuando un ciclón le llevó la cocina pero a fin de cuentas era la habitación que menos se usaba porque para una cazuela de boniatos como única comida al día o de harina de maíz (funche) no era necesario determinar un área específica como “cocina”.

Viviendo en ese lugar, Juana se puso de parto y a Ramón le pareció que las cosas no estaban saliendo como de costumbre – “Viejo, esto no va bien, busca un médico”.

Salió en la madrugada a caballo a buscar ayuda a Bahía Honda que quedaba a unos 20 kilómetros y quiso el azar que al regreso con el médico casi de noche, Juana había traído al mundo a María del Jesús (Lula) y ambas estaban fuera de peligro.

Del bajareque que habitaban también tienen que irse por las malas, el dueño decide dedicar esas tierras a pastoreo y la familia de Ramón estorbaba. Era una época en Cuba en que un perro podía valer más que una persona. 

Esta vez se mudan para el pueblo de Las Posas, alquilan una modesta casita y al mismo tiempo comienzan a desmontar para sembrar un terrenito en la Finca “Prado” y cuando lo tenían limpio y sembrado, aparece un teniente de la guardia rural de apellido Rodríguez diciendo que ese terreno le pertenecía y que ellos estaban allí de intrusos y debían irse para evitar males mayores. 

Ramón no se rinde, sigue luchando por su familia, trabajando como esclavo, entregando su vida hasta el último de sus días que llegó cuando aún  no tenía los 50 años de edad, según parece fue de algo respiratorio, pudo ser una neumonía quien sabe,  nunca lo vio un médico, murió en el pueblito de las Posas en los brazos de mi viejo porque Ramón fue el abuelo que nunca conocí.

Conservo una de las campanas de bronce que usaba con  sus bueyes, me gusta hacerla sonar a las 12 de la noche de cada 24 y 31 de diciembre; conservo también el título, la propiedad de su marca al hierro para ponerle a sus reses, su ganado  cuando lo tuvo alguna vez.

Cuando vi estas fotos que elegí para identificar este blog, obras del talentoso fotógrafo pinareño Albert González Roges, esas  (porque en realidad son dos) de la carreta y los bueyes con fondo de ocaso o el amanecer, no pude pensar otra cosa que en el viejo Ramón y las historias que mi padre me contaba con los ojos brillosos y la voz ronca; me imaginé también los tantos nudos del camino, los  que hizo y deshizo cada día de su vida.

Como les dije al principio Ramón no fue un “war heroe” pero si un gran guajiro, él no hizo descubrimiento sobresaliente en ninguno de los campos de la ciencia pero mucho campo que desandó por este mundo doblando el lomo de sol a sol. La historia de Ramón ni siquiera es diferente a la de muchos pero me atreví a contarla corriendo el riesgo de que descubran seguramente que no hay  relevancia alguna más allá del entorno familiar.



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