
Una vez hace muchos, muchos años, unos
amigos acogieron a mi esposa y a mí en su casa, en la Habana a raíz del
delicado estado del embarazo de mi esposa; por ese entonces además, ellos
estaban planeando irse definitivamente de Cuba y a cada rato nos comentaban que
si se iban no regresarían jamás.
Yo realmente no podía entender esto, no lo
concebía, era inexplicable para mis conceptos de entonces de terruño, familia,
amigos y esas cosas. Como respetuoso huésped no me atrevía a comentar o
preguntar sobre el asunto, no eran tan allegados o íntimos como para eso, lo
eran más de mi esposa.
Allá por el reparto Sevillano viví los
últimos meses de aquel embarazo y nos ayudaron mucho, se ganaron mi afecto y mi
cariño, en fin, convivimos; creo que mis primeras experiencias paternales
fueron con su hija mayor que comenzaba en la enseñanza primaria y la acompañaba
algunas mañanas hasta su aula.
Después del nacimiento de mi hijo
regresamos con nuestra familia a Pinar del Río, unos meses después visitamos el
Sevillano e hicimos un viaje con ellos al Parque “Lenin”, viaje que se
convirtió en despedida; esa fue la última vez que nos vimos, no han regresado
hasta hoy que sepa yo, cumpliendo con su palabra, tampoco hemos tenido
comunicación, sé por familiares acá que tuvieron otro niño, que ese y la
chiquilla que acompañaba a la escuela ya son adultos mientras escribo estas
líneas.
Durante mucho tiempo los tuve
“atravesados” en mi cabeza pero un día, después de mis propios “regresos”,
intenté ponerme en sus zapatos, en entenderlos y comparar su decisión con
algunas experiencias que he tenido en mi propia vida.
Nací en la Habana, por accidente o por
vacacionista; la familia materna estaba asentada por completo en la capital
y desde que tuve uso de razón y vacaciones escolares no hubo una de esas
que no permaneciera con mis primos, al menos una quincena como mínimo por allá en un
reparto alejado del centro, un barriecito casi en la periferia Sur, una
esquina grande donde se cortaban dos líneas férreas, una cafetería, una
escuela, un pequeño mercado y por último un riachuelo que se
desbordaba con cada aguacero, pero el lugar contaba con todo lo demás que necesita,
primero un niño, adolescente después y más tarde un joven, porque hasta
los 20 estuve frecuentando aquel lugar y los últimos dos años fueron viviendo
allí prácticamente.
Era el lugar de los “planes de la calle”
(a mis contemporáneos no tengo que explicarle) pero para los más jóvenes eran
actividades infantiles de recreación, competencias y golosinas; y luego, más
tarde ya mayorcito, las fiestecitas (motivitos) a media luz en casa de fulano y
mengano con música de Chicago, los Bee Gees, Roberto Carlos, etc.
Aquel barrio de seis cuadras a
lo sumo y mal aspecto era mi paraíso, mi escape secreto al terminar el año
escolar, allá tenía un montón de amigos, casi otro montón de primos pues mi
familia ocupaba tres casas en ese reparto y una cuarta bastante cerca. Siempre
me sentía en aquellas calles como en mi monte, conocía y me conocían,
andaba solo por el barrio y los padres de mis amigos me saludaban y me
preguntaban por mis viejos, por la escuela; aquel lugar era aventura y complicidad,
era historia, eran raíces, era mi otro barrio.
Faltaba mucho para los 90 pero llegaron y
yo ya frecuentaba Nuevo Miraflores de quinquenio en quinquenio, de honra fúnebre
familiar en otra…
Mi familia comenzó a desaparecer, los más
viejos para el Campo Santo, los más nuevos para otros lugares de este mundo;
mis amigos también tomaron otros rumbos, no queda casi nadie; el barrio nunca
mejoró su maltrecho aspecto y con los años los baches de sus calles se fueron
convirtiendo en cráteres gigantes y sus aceras destrozadas.
El reparto con su pintoresco nombre
únicamente conservó un olor que no he sentido en otro lugar, un olor que no
puedo describir, no es fragancia, no es algo nauseabundo, sencillamente
lo identifica y conservó también más o menos la geometría para que sepas que
estás donde mismo hace muchos años.
Mi querida Yaima, sinceramente siento
envidia de ti al no poder sentir lo que sientes porque cuando yo vuelvo a ese
lugar que forma parte importante de mis raíces, el corazón se me aprieta como
no imaginas y hago mi visita de manera consciente y práctica para que no duela
tanto; camino aquellas calles cuando tengo por obligación que ir, como
alma en pena, finjo la mejor de mis sonrisas al llegar a la única casa de mi familia
que queda por allí, una casa donde ya no está, sobre todo, mi tío Miguel que
fue la alegría cubana y la nobleza en persona, mi tío que sin importar nunca lo
apretado que estuvieran, siempre me acogió como un padre; peor al irme,
pues me voy con el saco lleno de recuerdos gratos y el contraste de la realidad
que me rodea.
Entonces pienso en muchos de los que
decidieron nunca más volver y créeme que los entiendo a pesar de que no logro
aceptar sus decisiones y mientras más tiempo pasa sin que regresen, tiende a
ser más crónico el problema y se ponen más distantes.
No es por supuesto una situación absoluta
o general, más bien particular pero cosas y vivencias que les sucedieron a
muchos, hace que “regresar” nunca sea una de las mejores opciones, sobre
todo por la imagen que tal vez se llevaron y el temor de lo que puedan o no
encontrar de la misma porque la foto mental que hicimos de lugares y personas
solo permanecerá estática en nuestro recuerdo, en la vida como comentaba al
principio, todo cambia y aunque lo sepamos duele tener que aceptarlo, sobre
todo cuando los cambios, marcan retroceso o carencia de algo.
Hay gente que le va tan mal por ahí y
tienen tanta añoranza que necesitan regresar desesperadamente y con frecuencia
para reafirmarse y asegurarse que tomó la mejor decisión en el pasado.
Hay gente que prefiere quedarse con esa
foto de la última vez, yo en lo particular aunque me duela quiero vivir y la
vida es ahora, este instante, ni ayer, ni mañana.
¿Y usted que haría?
Genial y sencillo. Estamos en cada una de esas lineas. Yo prefiero regresar... disfruto regresar!!. Pocas cosas me placen tanto como caminar por la calle Marti.
ResponderEliminar... lo q escribes y como lo haces.
ResponderEliminarMe identifico con cada línea como si estuvieses, de alguna forma, hablando de mi persona, como si expusieras mis vivencias (y creo q disfruto cuando hablas de mi, mas q cuando doblo por El Fuego)... jajaja.
La verdad es q has escrito sobre temas q tocan a muchas personas y seguirás haciendo buenas elecciones a la hora de escribir.
Me gusta q estés ahí... haciendo lo q te gusta y dejándome hacer lo q me gusta... leerte..
me quede casi sin palabras después de esta lectura, siento una sensación de nostalgia que muchos han experimentados, todos tenemos que dejar muchas cosas atrás, cosas que te traen tristeza y otras alegría. yo prefiero regresar, solo para recordar que ya no es mi lugar, pero fue un escalón para llegar a donde ahora estoy.
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